Las ciudades invisibles


LAS CIUDADES Y EL NOMBRE. 1

Poco sabría decirte de Aglaura fuera de las cosas que los habitantes mismos de
la ciudad repiten desde siempre: una serie de virtudes proverbiales, otros tantos
proverbiales defectos, alguna rareza, algún puntilloso homenaje a las reglas.
Antiguos observadores, que no hay razón para no suponer veraces, atribuyeron a
Aglaura su durable surtido de cualidades, confrontándolas con aquellas de otras
ciudades de sus tiempos. Ni la Aglaura que se dice ni la Aglaura que se ve ha
cambiado quizá mucho desde entonces, pero lo que era excéntrico se ha vuelto usual, extrañeza lo que pasaba por norma, y las virtudes y los defectos han perdido 

excelencia o desdoro en un concierto de virtudes y defectos diversamente
distribuidos. En este sentido no hay nada de cierto en cuanto se dice de Aglaura, y,
sin embargo, de ello surge una imagen sólida y compacta de ciudad, mientras
alcanzan menor consistencia los juicios dispersos que se pueden enunciar viviendo
en ella. El resultado es éste: la ciudad que dicen tiene mucho de lo que se necesita
para existir, mientras la ciudad que existe en su lugar existe menos.
Por eso, si quisiera describirte Aglaura ateniéndome a cuanto he visto y
probado personalmente, debería decirte que es una ciudad desteñida, sin carácter,
puesta allí a la buena de Dios. Pero tampoco esto sería verdadero: a ciertas horas, en
ciertos escorzos de camino, ves abrírsete la sospecha de algo inconfundible, raro,
acaso magnifico; quisieras decir qué es, pero todo lo que se ha dicho de Aglaura
hasta ahora aprisiona las palabras y te obliga a repetir antes que a decir.
Por eso los habitantes creen vivir siempre en la Aglaura que crece sólo con el
nombre de Aglaura y no se dan cuenta de la Aglaura que crece en tierra. Y aun yo,
que quisiera tener separadas en la memoria las dos ciudades, no puedo sino hablarte
de una, porque el recuerdo de la otra, por falta de palabras para fijarlo, se ha
dispersado.

Ítalo Calvino